El arte de los manuscritos medievales
- Ars Sonorus
- 13 oct 2022
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Actualizado: 22 ene
Los manuscritos iluminados son libros escritos a mano que han sido decorados e iluminados con oro, plata o colores brillantes. Las iluminaciones pueden incluir ilustraciones pequeñas, iniciales, bordes ornamentales u otros elementos decorativos. Servían para indicar divisiones dentro de un texto, para contar historias y para embellecer y agregar elementos visualmente memorables a los textos. Si bien los ejemplos sobrevivientes más antiguos datan de la Antigüedad tardía del siglo III al siglo V, no fue hasta la Europa medieval que la iluminación de manuscritos alcanzó su apogeo: los iluminadores, que trabajaban dentro de talleres llamados scriptoria, producían salterios iluminados, Biblias, textos litúrgicos y vidas de santos ilustradas. Actualmente son parte de las colecciones de bibliotecas y museos y de la Biblioteca Digital Mundial en Europa y América del Norte.
El arte de los manuscritos medievales constituyen, sin duda alguna, el elemento estético por excelencia más conocido de todo el arte medieval que ha llegado hasta nuestros días. Existen ciento de millares, algunos lujosos, otros funcionales. Pero sólo el 5% de ellos se hayan cuidadosamente decorados, siendo admirados en la actualidad por su riqueza gráfica.
La Edad Media o Medioevo es el período histórico de la civilización occidental comprendido entre el siglo V y el XIII. Convencionalmente, su inicio se sitúa en el año 476 con la caída del Imperio romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América o en 1453 con la caída del Imperio bizantino, fecha que tiene la singularidad de coincidir con la invención de la imprenta y la publicación de la Biblia de Gutenberg.
El arte medieval está considerado uno de los periodos más largos de la historia del arte. No existen límites fijos, pero podemos decir que duró casi cinco siglos desde el 500 hasta el 1000. Las obras artísticas medievales aparecieron en un contexto donde no existía todavía la definición de arte, ni tampoco existía la de la belleza, incluso tampoco existía el concepto de Bellas Artes o de artista.

Sin embargo, durante esos cinco siglos existieron hombres y mujeres, particularmente en monasterios y conventos que amaron el saber y el arte, sintieron gran admiración por aquellas obras del mundo antiguo que habían sido conservadas en bibliotecas y tesorerías. A veces esos monjes o clérigos ilustrados ocuparon posiciones influyentes en las cortes de los poderosos y trataron de hacer revivir las artes que admiraban.
Los monjes y misioneros de la céltica Irlanda y la sajona Inglaterra procuraron adaptar las tradiciones de los artesanos nórdicos a las tareas del arte cristiano, Construyeron en piedras iglesias y campanarios imitando la estructura de madera utilizadas por los artesanos locales, pero las más maravillosas obras son algunos manuscritos realizados en Inglaterra e Irlanda durante los siglos VII y VIII. Uno es ellos es el “Evangelio de Lindisfarne”, compuesto en Northumbria poco antes del año 700, en él se muestra una cruz que incluye un encaje increíblemente rico en dragones o serpientes destacándose sobre un fondo aún más complicado; resulta tentador tratar de descubrir la continuidad a través de este enrevesado laberinto de formas retorcidas y seguir las colas de esos cuerpos entrelazados. Pero aún más sorprendente es observar que el resultado no es confuso, sino que sus diversos esquemas se corresponden entre sí formando una completa armonía de dibujo y color. Es increíble la capacidad técnica, la habilidad, la paciencia y la perseverancia de estos artistas que cultivaron su tradición nativa.
El adiestramiento de la mano y de los ojos que los artistas habían heredado, y que les permitía realizar un hermoso esquema sobre la página, les ayudó a introducir un nuevo elemento en el arte occidental. Gracias al encuentro de dos tradiciones: la clásica y la de los artistas nórdicos, algo enteramente nuevo comenzó a desarrollase en la Europa Occidental.
Resulta interesante detenernos por instante para mirar hacia atrás en el tiempo. Fue en Grecia donde se descubrió el arte de mostrar los “movimientos del alma” y aunque el artista medieval interpretó su propósito de modo muy distinto, sin la herencia griega la iglesia nunca habría podido hacer uso de las pinturas para sus propios fines.
El arte Medieval tenía que cumplir tres características fundamentales: Su carácter de ofrenda hacia Dios, difuntos o santos. Su objetivo era conseguir su indulgencia, su gracia. Por eso todo artista medieval no dudaba de la legitimidad de la riqueza en los adornos de monasterios, iglesias y otros lugares de cultos ya que dicha riqueza era una ofrenda para Dios. Otra característica era establecer lo Intermediario entre lo humano y el mundo sobrenatural, esto incluye imágenes medievales en función pedagógica que explican los dogmas de la fe cristiana y su historia sagrada. Y por último la confirmación de poder, por un lado el poder de Dios y de la Iglesia y por otro, el poder político.


No hay que suponer, sin embargo, que todo el arte de este período existiera exclusivamente para servir a las ideas religiosas, también se construyeron castillos, la aristocracia y los señores feudales también contrataban artistas. Pero a menudo los castillos se destruían cuando eran anticuados, sin embargo las iglesias eran conservadas. El arte religioso era tratado, en su conjunto con mayor respeto, cuidado y esmero que las simples decoraciones de estancias privadas. Por lo tanto cobró gran importancia la producción y comercio de manuscritos iluminados, estas joyas decoradas pictóricamente estaban guardadas y protegidas con celo y devoción por los monjes.
A medida que se fue generalizando la educación, también se vivió un creciente interés por el conocimiento que llevó a una expansión del comercio de libros seculares, especialmente libros de caballerías, textos literarios e historia.
La apertura de las universidades durante el siglo XIII creó la necesidad de elaborar textos para los estudiantes, los manuscritos realizados para uso público tales como las Biblias llegaron a ser de gran formato, midiendo algunos de ellos entre 50 y 35 centímetros, divididas en dos o más volúmenes. El aspecto y dimensiones de los manuscritos variaban considerablemente, dependiendo de la función que tuvieran y los intereses e intenciones de su propietario o mecenas.
La preparación de un manuscrito contaba de diversas fases por lo que requería la intervención de un equipo de artesanos con distintas habilidades. El producto final era resultado de un enorme esfuerzo de colaboración que abarcaba desde el control de la calidad del pergamino, el diseño de las páginas, la copia del texto, la distribución de las imágenes, desde la iluminación hasta la encuadernación del libro.
El pergamino se elaboraba a partir de la piel de algunos animales, sobre todo de vacas, ovejas y cabras. La forma rectangular de los animales estableció la forma del libro que perdura hasta la actualidad. En su preparación, primero se lavaban las pieles con una solución de cal y agua hasta que perdía el pelo, se limpiaban, se raspaban para obtener un pergamino más delgado, ya que se consideraba de mayor calidad, se frotaba con creta, se enrollaba y estaba listo para su uso. Los mejores manuscritos son aquellos realizados sobre pergamino casi transparentes, elaborados a partir de pieles de animales muy jóvenes conocidos con el nombre de vitela.
Las pieles de pergamino se agrupaban en conjuntos de hojas llamados pliegos que contaban con 16 folios o páginas. Antes de realizar la escritura o decoración se trazaban unas líneas sobre las páginas de un pliego para asegurar la distribución uniforme del texto y la reserva de los espacios apropiados para los distintos elementos de una página. Estas divisiones se realizaban en proporciones matemáticas, siendo el número de columnas variables dependiendo de su uso. Por ejemplo cuando un libro estaba destinado a ser leído en voz alta como la Biblia, entonces el texto se distribuía en dos o tres columnas para facilitar su lectura.
El escribas fue la primera persona que trabajó en las páginas de un libro, el termino manuscrito proviene de su labor que significa en latín escribir –(scribere) a mano (manus). La tarea del escriba consistía en la copia de textos procedentes de otros manuscritos, tomados de diferentes fuentes. Es importante recordar que la mayoría de los libros medievales eran copias de otras copias de textos. Existieron muy pocos textos completamente “nuevos” hasta finales de la Edad Media. Los escribas utilizaban plumas de ave, generalmente de ganso o cisne, puesto que estos le ofrecían mayor flexibilidad, eran fuertes y podían ser afiladas fácilmente varias veces a lo largo de un día.
La tinta era obtenida a partir del carbón, o bien una mezcla de agalla de roble y sulfuro ferroso, sustancias de tonalidad oscura que se secaban en el pergamino y después se oscurecían todavía más con el contacto del aire. La mayoría de los textos estaban escritos en negro, la tinta o pigmento rojo obtenido con bermellón, clara de huevo y goma arábica se empleaba para indicar la primera y última letra del texto. El rojo también se usaba en las paginas del calendario de los salterios y libros de la horas, para señalar los santos importantes y los días festivos de cada mes.
Muchos de los primeros escribas fueron monjes y monjas que trabajaron en los monasterios. En muchas casos los escribas eran los artistas. En el siglo XIII Matthew Paris, el monje cronista de la Abadía de Albans, declaró ser el artista de las crónicas que escribía. Otro caso curioso se dio en el siglo XII, cuando una monja realizó una inscripción en un manuscrito en el que trabajaba que decía así: Guta, una pecadora, una mujer, escribió e ilustró este libro.
Los manuscritos medievales no fueron hechos con el mero fin de ser admirados. La intención de mecenas y artistas era crear objetos en cuya belleza se reflejara la belleza del Dios y su creación. En una época de profundas ideas religiosas y gran fervor, la elaboración de libros hermosos era una forma de veneración. Tal y como lo explicó el teólogo dominico del siglo XIII, Tomás de Aquino, su función era triple; instruir, hacer aflorar sentimientos de devoción y activar la memoria.
En el año 600, el Papa Gregorio había señalado que los dibujos eran los “libros de los analfabetos”, que permitían leer a través de la imagen. Y el hecho es que la mayoría de la gente era analfabeta, incluso aquellos que poseían libros eran personas que leían con grandes dificultades. Las mismas imágenes pintadas sobre muros de iglesias y vidrieras, eran utilizadas por los sacerdotes en sus sermones para explicar los textos complejos o ideas abstractas de la Biblia. Una vez que el grupo de laicos había comprendido su significado, podían seguirlos en sus propios libros de oración. Estas imágenes estaban destinadas a hacer aflorar sentimientos de elevación personal, una belleza interior en el lector gracias a la belleza exterior de las imágenes.
Los colores vivos y el oro de los manuscritos también representaban la luz (como las que brillaban a través de la vidrieras). Tomás de Aquino había afirmado que: cosas hermosas cuando poseen colores vivos. La luz y la vivacidad de los colores no era tan solo símbolo de lo divino, sino que debido al gran efecto que causaban, también eran objeto de veneración por la gente de la época medieval. La respuesta de los artistas era recrear en su trabajo un mundo que veían a su alrededor: personas, animales, plantas, pájaros y paisajes.
A medida que la Edad Media fue evolucionando hacia el Renacimiento, el lujo y la belleza empezaron a ser apreciados por sí mismos. El bibliotecario del Palacio de Urbino de Federico Montefeltro que poseía más de 1000 manuscritos, instruido por el duque los mostraba los visitantes dignos y sin duda impresionarles con ello de la belleza, rasgos, letras y miniaturas de su famosa colección.
Los centros más importantes de elaboración de manuscritos se hallaban en Inglaterra en el Románico y Francia durante la época gótica. La imágenes a menudo picantes, impías y fantásticas tuvieron su momento culminante entre los siglos XII y XIV, en especial en los manuscritos ingleses y flamencos.
La llegada de la imprenta en 1450 significó el final de los manuscritos, aunque no de forma inmediata, No obstante su valor aumentó ya que constituía el trabajo original de escribas y artistas. Federico Montefeltro se negó incluso a tener libros impresos en su biblioteca, de hecho el objetivo de los impresores de estos primeros libros era recrear tanto como fuera posible la belleza de los libros realizados artesanalmente. Muchos textos impresos continuaron ilustrándose a mano, y resulta difícil distinguir los de esa época llamado incunables, de un manuscrito.
Los manuscritos medievales constituyen la fuente más rica de información visual que poseemos sobre la vida cotidiana de la Edad Media. Muchas de la miniaturas y escenas sitúan a las personas en escenarios contemporáneos.
Las iluminaciones de los textos religiosos y seculares nos muestran palacios y casas nobles, detalles arquitectónicos, modas de la época, artesanos haciendo su oficio, hombres y mujeres en sus profesiones, los campesinos en sus tareas y la nobleza en sus diversiones. Continua existiendo una fascinación insaciable cuando pasamos la páginas de los manuscritos y vemos lo desconocido y reconocemos lo familiar.

Artista Intermedial - Comunicadora Visual y Multimedia - Docente - Ilustradora. Docente en la Universidad Minuto de Dios en la Facultad de Comunicación Social y Periodismo-Bogotá. Profesional independiente en el área del diseño, la maquetación y la preparación de artes finales de folletos, revistas, libros, periódicos, catálogos impresos y digitales, con 30 años de experiencia. PORTAFOLIO
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